Editorial
Desde finales de la década de los años 90, en Colombia en su afán de modernizar el estilo de vida de miles de familias y su manera de cocinar, nos llevaron a ser gases dependientes, vendiendo como la gran panacea del siglo XXI, sin quizás tener en cuenta las fallas naturales que se podrían presentar.
7 departamentos manifestaron ausencia de gas, el Valle del Cauca uno de los mas afectados, pero sin mediar palabra las personas de menos recursos económicos fueron las más golpeados por ésta situación; el agosto lo hicieron: Los vendedores de electrodomésticos que incrementaron los costos de: Estufas, ollas arroceras, cafeteras, a esto se le suma el incremento en los precios del carbón y la leña que no la regalaban como antes.
Hoy la ministra de minas Irene Vélez en el gobierno del cambio saca pecho dando instrucciones como experta en minas y energía, tema que no manejaba hasta hace algunos meses.
Ante esta odisea que pareciera el fin del mundo para muchas familias, se suma la preocupación del incremento por consumo de kilovatio hora de energía en los territorios afectados. En la ciudad de Santiago de Cali solo se hablaba de gas, estufas eléctricas, pipas y, mucho más.
Otros afectados fueron los comedores comunitarios que no cuentan con pipas de gas propano, los hospitales, restaurantes, cafeterías, locales comerciales, transportadores, que suplicaban al gobierno nacional atención oportuna a éste problema y, no fijar sólo su mirada a las reformas que desea implementar en tan poco tiempo de mandato.
Solo queda decir con mucha fe que mañana todo cambiará, y ponerle la mejor actitud, pues ya sobrevivimos a una pandemia que se da cada cien años, un estallido social, una crisis aérea, la inflación en los alimentos y ahora el corte inesperado del servicio del gas en el suroccidente colombiano.
Miguel Ángel Valencia Valencia
Comunicador social director – Magazín MI GENTE
